Guillermo Brown nació el 22 de junio de 1777 en Irlanda.
De niño fue llevado por su padre a los Estados Unidos de Norteamérica, donde quedó huérfano llegando a la adolescencia.
Se embarcó como grumete en un barco norteamericano a orillas del Delaware, en pleno apogeo de la marina a vela. Viajó por el Atlántico Norte y Sur; por el Caribe, y ya en 1796 – con tan sólo 19 años – había llegado al grado de capitán.
En 1809 arribó al Río de la Plata a bordo del Belmond, radicándose como armador en Montevideo para luego dedicarse al comercio, hasta que los españoles de Montevideo le apresaron una nave y él les capturó otra.
Desde entonces se unió a la causa patriota, se abrazó a nuestra bandera por amor y a su profesión por la gloria. El amor a la libertad, por el derecho a vivir sin sometimientos, fue la fuerza vital que lo llevó a abrazarse a la causa de nuestra incipiente emancipación.
Luchó por la Libertad de América del Sur, como José de San Martín y Simón Bolívar. Fue ejemplo de valores éticos y morales. Sencillo hasta la timidez, el Gran Almirante, amaba a los niños, la música y las plantas. Hasta que sonaba el zafarrancho de combate y se lo veía subir al puente – fiel a una antigua costumbre de marinos y corsarios – vestido con su mejor uniforme, luciendo sus medallas y la espada de Juncal; y en las naves enemigas se escuchaba correr la noticia: “¡Brown está en su puesto!”.
Él pertenecía al mar y a su gente: a sus capitanes – a los que exigía hasta el sacrificio y coraje ciego, por saberlos duchos y veteranos – y a sus “mochachos”, como llamaba a marineros e infantes embarcados, demostrando su natural modestia y bondad de alma.
Fue argentino en su corazón, respondiendo sólo al zafarrancho que llamaba a defender su patria por adopción en el mar; demostrando su valentía hasta la temeridad en el combate y su tenaz persecución de la victoria. “Si fue grande en el triunfo, lo fue más aún en la derrota”, se dijo de él.
El pueblo lo tuvo por héroe predilecto y la Armada lo eligió como Padre, ya que, con heroísmo propio y respeto por el heroísmo del adversario, enseñó que el gaucho también podía ser marino.
Llegada su hora, el 3 de marzo de 1857, en su lecho de muerte le expresó al Comodoro Murature: “Comprendo que pronto cambiaremos de fondeadero, ya tengo el práctico a bordo”.
Tortuga Alegre