Cuentan que una mujer muy chismosa, que se la pasaba comiéndole cuero a los demás, acudió un día a confesarse con San Felipe Neri. Después de escuchar con mucha atención a la mujer y averiguar que solía reincidir en dicha falta aunque habitualmente se confesaba de ello, el sabio confesor le dijo al ponerle la penitencia:
-Ve a tu casa, mata una gallina y me la traes desplumándola por el camino.
La mujer obedeció y, al rato, se presentó ante el sacerdote con la gallina desplumada.
-Ahora, regresa por el camino que viniste, recoge una por una las plumas de la gallina y las vuelves a colocar en su lugar.
-¡Eso es imposible, padre! –repuso la mujer desconcertada-. ¡Nadie podría hacer eso, y mucho menos hoy, que hace tanto viento!
-Lo sé –le dijo el sacerdote con dulzura-, pero he querido hacerte comprender que, si no puedes recoger las plumas de una gallina desparramadas por el viento, ¿cómo vas a poder reparar las cosas negativas que vas diciendo por allí de tu prójimo?
ANTONIO PÉREZ ESCLARÍN