Esta noche no pude dormir…; los nervios me tenían sobre ascuas. Me levanté temprano, me vestí como para salir y me quedé sentado en la cama, como embobando, no dando crédito a que ya había llegado el día de salida para el campamento.

Finalmente cargué la mochila, tomé el bordón, me despedí de mis padres y… al punto de reunión; la estación del ferrocarril.

La tensión interna de cada uno no nos permitía hablar en voz baja; lo hacíamos a gritos… y a gritos metimos las cosas en el vagón y del mismo modo llegamos al término del viaje.

El lugar del campamento quedaba escasamente a dos kilómetros de la estación, así que de inmediato emprendimos la marcha, siempre en un ambiente de conversación festiva y clamorosa.

¡Llegamos!... Un monte con hermosa sombra y placentera frescura… A cincuenta metros, el arroyo corría, entre piedras… En frente, el cerro como un austero vigía, callado, pero lleno de fortaleza.

Lo más natural era empezar, de inmediato, a armar el campamento, y así fue. Cada Patrulla, en su lugar asignado, comenzó a preparar su “rincón”; la carpa, la cocina, pozo de desperdicios, baños…; las cosas iban surgiendo en un clima de alegría general. Cada uno se ocupaba de lo suyo, pero con un sentido de unidad y cooperación estupendas, fruto de una paciente preparación espiritual y técnica a la vez. El mismo ideal impulsaba a todos…

El más fuerte ayudaba al más débil; éste contribuía en la medida de su capacidad, pero todos construían el campamento.

¡Qué hermosa la vida cuando la entendemos así¡ no todos son iguales ni todos tienen las mismas posibilidades, pero si cada uno aporta lo suyo, la existencia se vuelve agradable y feliz.

Esto me hizo recordar lo que días atrás había leído en la Biblia:

“En cada uno el Espíritu Santo revela su presencia, dándole algo que es para el bien de todos, porque todos formamos un solo cuerpo”…

“El cuerpo no se compone de un solo miembro, sino de muchos. Por eso, aunque el pie diga: como no soy mano, no formo parte del cuerpo, no por eso deja de ser del cuerpo. Asimismo, aunque la oreja diga: ya que no soy ojo, no soy del cuerpo, no por eso deja de ser del cuerpo”… El ojo no puede decir a la mano: no te necesito. Ni tampoco la cabeza puede decir a los pies: no los necesito”…

Qué feo y doloroso, cuando en un grupo, y todos vivimos en un grupo, se encuentra una persona que se encierra en su egoísmo, en su comodidad, en su terquedad, y solamente piensa en si misma y en el provecho que puede sacar de los demás sin importarle las necesidades ni los problemas de su hermano…

Pero no hemos nacido para esto; el querer tener siempre la razón, pasarlo bien, satisfacer en todo momento nuestro gusto, no es natural. ¿No te has fijado que todos somos incompletos?... Por lo tanto necesitamos de los otros para nuestro progreso, pero no debo olvidarme de que también los otros necesitan de mí, y si me encierro en mi egoísmo no dejo que los demás puedan progresar, sino que solamente veo en ellos “cosas” que me sirven y nada más. Y esto no sólo es una falta de respeto hacia el otro sino que, sobre todo, revela una ceguera que es peligrosa y lleva al fracaso por el camino más corto.

Gracias a esta actitud de colaboración y solidaridad conseguimos, a media tarde, tener casi armado nuestro campamento, pues solamente faltaban pequeños detalles. Me daba la impresión de que la íbamos a pasar muy bien…

Baden Powell estableció el sistema de patrullas precisamente para hacernos comprender que la ayuda mutua es algo fundamental en la vida de una comunidad, grupo, familia, sociedad, etcétera.

Esto supone sacrificio, renunciar a quedarnos quietos, salir de nosotros y mirar a los demás, tratar de adivinar y comprender sus necesidades. Son cosas que no se consiguen de inmediato sino a través de una práctica constante, de cada día.

¿Comprendes la importancia que tiene la buena acción de cada día? Es un ejercicio excelente que debes encarar, aunque seas mayor, con toda seriedad y no como una “pavadita” para chiquilines y lobatos, como muchos desgraciadamente lo consideran, porque no han ahondado en el valor de esa práctica ni en el fin por el que Baden Powell la estableció. Tú que eres un scout inteligente, debes tomarla como corresponde.

De un montecito cercano, entre diez trajimos un enorme tronco y, gracias a este esfuerzo comunitario, tuvimos fuego durante todo el campamento…; de lo contrario íbamos a estar juntando leñitas que de poco a nada nos hubieran servido.

 

(del libro “Cristo y el Scout” de Carlos Kunitzki, c.m.f.)

 

Tortuga Alegre

 

 

 


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