El viaje, la fatiga del trabajo, la distensión de los nervios, todo contribuyó a que por la noche cayéramos “como plomo” en la bolsa de dormir.

Nos costó levantarnos, pero nos esperaba la aventura de la subida al cerro, y eso fue la pólvora que nos sacó de la carpa…

Parece que a los cocineros el trabajo no les hizo nada porque el desayuno estaba pronto y el mate cocido con leche esparcía su agradable aroma por el campamento, invitando a reunirnos en el comedor.

¡Qué bien cayó ese desayuno!; yo diría, mejor que nunca. Nos dejó como nuevos.

El cerro estaba ahí; sobrio, sereno, agradable, bien plantado, como seguro de sí mismo, invitándonos. Parecía decir:

“Vengan, van a ver qué bien se está aquí en la cumbre”…

Al comienzo, todos se mostraban muy dicharacheros, pero poco a poco la conversación se fue apagando hasta que, más que palabras, se sentían los resoplidos y el jadeo de la fatigosa subida.

No había camino, solo las ovejas habían dejado su cicatriz en el cerro; era una huella hecha, sin presiones de guía, pero una huella segura que nos llevaría a la cima sin peligro de despeñarnos.

No cabe dudas de que para un pie tierno es duro llegar a la cumbre, porque le hace falta buen desarrollo muscular y previo entrenamiento, pero este trabajo queda compensado con la alegría de llegar, el aire que se respira, y el paisaje maravilloso que se aprecia desde la cima…

Yo también iba callado… Pensando ahora en ese momento, se me ocurre que nuestra vida es igual que la subida a un cerro…

Comenzamos en el llano, caminando sin esfuerzos, como cuando niños; entonces todo nos venía hecho, servido, masticado; sólo era cuestión de aceptar la autoridad de mis padres, maestros, iglesia…

Ahora estoy caminando cuesta arriba. Todo ha cambiado; mi físico, mi psicología; soy rebelde, cuestiono mi fe, rechazo la autoridad, etc.

¡Ánimo, amigo!, eso es muy bueno y debe dejarte contento porque estás caminando hacia la cumbre de tu madurez de persona.

Pero, consejo de amigo, no te atolondres ante estos cambios sino aprende a enfrentarlos con serenidad y por tanto usa la cabeza y no seas un rutinario imitador de lo que “todos hacen”…

Sé honesto contigo mismo. Ármate de serenidad, de ideales, de alegría y de suficiente humildad para saber pedir consejo y escuchar. En los momentos poco claros necesitas una orientación segura.

¿No recuerdas que Jesús tuvo una experiencia semejante a los doce años?

Pero supo ser humilde, escuchó, ordenó sus ideas y salió airoso.

Como el deportista, que para ser eficiente tiene que trabajar, sacrificarse, abstenerse de gustos, ejercitarse en la paciencia y en la constancia, escuchar al técnico, tomar como modelos a los que descollaron en el deporte, y después de mucha práctica llegará a ser verdaderamente un deportista.

El que lo quiere ser pero sin sujetarse a los entrenamientos terminará en un rotundo fracaso.

Todo esto el movimiento scout lo tiene en cuenta; juegos, espíritu de unidad o de patrulla, servicio, buena acción, ley scout…

Tú debes compenetrarte de tal suerte que seas scout las veinticuatro horas del día y de todos los días de tu vida…

Si sólo eres scout durante la reunión o campamento, es éste el momento en que todavía no has entendido el escultismo y estás haciendo que todos los esfuerzos de tus scouters sean estériles.

Pero sé scout de alma y verás lo que vi yo en la cumbre del cerro: panorama con mucho horizonte, aire puro y fresco, paz, silencio y la mano de Dios en la naturaleza y en mi vida.

Es formidable y te juro que vale la pena.

 

 

(del libro “Cristo y el Scout” de Carlos Kunitzki, c.m.f.)

 

Tortuga Alegre

 

 

 


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