-¿Puedes decirme cuánto pesa un copo de nieve? –le preguntó un colibrí a una paloma.
-Nada –fue la respuesta.
-Si eso es lo que piensas, que no pesa nada, te voy a contar una historia: El otro día me posé en la rama de un pino, cerca de su tronco. Hacía frío y comenzó a nevar mansamente. No era una de esas ventiscas terribles que azotan los árboles y los retuercen dolorosamente. Nevaba como un sueño, sin violencia, sin heridas. Como no tenía nada que hacer, empecé a contar los copos que caían sobre la rama. Había contado exactamente 3.741.902 copos, cuando cayó el siguiente -sin peso alguno, como tú dices- y quebró la rama.
Dicho esto, el colibrí levantó el vuelo.
* * *
La paloma, una autoridad en la materia desde tiempos de Noé, se puso a reflexionar y, pasados unos minutos, se dijo: “Quizás tan sólo sea necesaria la colaboración de una persona más para que la solidaridad se abra camino en el mundo”
(Kurt Kauter).
¿Cuántos cuadros hay en El Louvre, El Prado, el Vaticano..., o en cualquiera de los millones de museos que hay en el mundo? ¿Cuántas pinceladas tendrá el cuadro más pequeño de todos los que tiene uno de esos museos? ¿Y el cuadro más grande? ¿Y todos los cuadros de una sala? ¿Y todos los cuadros de todas las salas? ¿Y todos los cuadros de todos los museos del mundo? ¿Miles de millones? ¿Trillones?
Por lo general, las obras importantes, las obras de mucho valor, están hechas a base de cientos y miles de detalles, puestos uno al lado del otro, tenazmente, pacientemente, minuto a minuto, hora a hora, año tras año...Millones y millones de gotas de agua se juntan para formar la incomprensible fortaleza del océano. Millones y millones de letras se entrelazan para formar las grandes obras literarias.
Tú solo no vas a componer el mundo, pero brinda el aporte que te toca. Haz lo que debes hacer, trabaja con ilusión y cumple con tu deber, aunque no veas los resultados. Sé responsable y amable, aunque los demás no lo sean. Sé coherente contigo mismo. No te engañes. No uses la flojera o la irresponsabilidad de los demás como excusa para no actuar, para no hacer lo que te toca hacer.
El verdadero heroísmo no consiste tanto en hacer algunas obras extraordinarias, sino en vivir intensamente cada obra del día, cada acción y cada momento como si fuera el último, como si de ellos dependiera el destino de la humanidad. Cuando te levantas en la mañana, Dios ya ha colocado para ti un escenario maravilloso para que vivas un día de plenitud: ahí está el estallido de los colores en el amanecer, los cantos de los pájaros, la firmeza de los árboles, la sonrisa de las flores, el olor del cafecito, el aire que ensancha tus pulmones, el don gratuito de la vida y de las personas que te rodean... Todo te lo brinda generosamente. Todo lo pone a tu servicio para que tú también sirvas. Proponte vivir el día a plenitud, en el servicio, en la ofrenda interminable de los pequeños detalles. Recuerda siempre las palabras que solía repetir la Hermana Teresa de Calcuta: “A los niños y a los pobres, a todos los que sufren y están solos, bríndales siempre una sonrisa alegre. No les brindes sólo tus cuidados, bríndales también tu corazón. Tal vez no podamos dar mucho, pero siempre podemos brindar la alegría que brota de un corazón lleno de amor”. Un saludo cariñoso, una palabra de aliento, una sonrisa, un abrazo..., pueden cambiar una vida:
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Paseando por una calle de Rusia, durante la hambruna que acompañó a la guerra, el gran escritor Tolstoi se encontró con un mendigo. Tolstoi revisó sus bolsillos para ver qué encontraba para darle a ese pobre hombre. Pero no tenía nada: ya lo había dado todo antes. Movido a compasión, abrazó al mendigo, besó sus mejillas y le dijo:
-No te enfades conmigo, hermano, no tengo nada que darte.
El rostro macilento del mendigo se iluminó. Y brillaron las lágrimas en sus ojos, mientras le decía agradecido:
-Pero tú me has abrazado y me has llamado hermano. ¡Eso es un gran regalo!
(Tomado de Lewis, Hedwig, “En casa con Dios”, Mensajero, Bilbao)
ANTONIO PÉREZ ESCLARÍN