Presos pero Inocentes


Unos cuantos años atrás, cuando en algún fin de semana no había actividad scout en la Agrupación, nos juntábamos unos cuantos, y nos íbamos generalmente a escalar el Cerro de La Ventana u otro cerro, o simplemente a dar una vuelta por la sierra durmiendo en alguna cueva o hasta en las alcantarillas debajo de la ruta si algún chaparrón serrano nos sorprendía.

En la oportunidad que ahora relato, nos pusimos de acuerdo para ir a escalar el Cerro de la Ventana. El equipo estaba formado por Juan Rodríguez (Juancho), Fabián Ferán (el Poyo), Luis Giunta (Lui-ggi) y Yo. Luiggi era un antiguo scout y el resto éramos “Toquetines” (es decir guías de patrulla viejos o exiliados de la tropa que no querían participar de la Posta). Y Luiggi era también el que ponía el transporte, un fitito de color blanco, que nos ahorraba la necesidad de ir a “dedo“ hasta la sierra.

En esta oportunidad lo único que teníamos que tener cuidado, era con el horario de regreso, porque la mamá de Fabián había dado expresas ins-trucciones para que a las 20:30 hs. estuviéramos de regreso en Punta Alta. Entonces armamos viaje para las 07:00 hs. de la mañana, y a las 07:30 hs. ya estábamos camino a la sierra, contando cuentos, otras anécdotas, y todo el temario que un grupo de amigos puede comentar en estos casos.

A eso de las 8:30 después de estacionar el fitito al pié del cerro donde hoy está la estación de guardaparques, comenzamos la escalada por el fren-te, que es uno de los lugares más bonitos para realizar esta actividad.

La subida fue normal, con “perlitas” que sirvieron de condimento a la diversión, pero eso valdrá para alguna otra anécdota.

Luego de hacer cumbre y almorzar, dimos unas vueltitas por los cerros cercanos, y emprendimos el descenso.

Llegamos al fitito de Luiggi y como eran cerca de las 17:00 hs., nos preparamos unos mates y una hora más tarde emprendimos el regreso por la ruta.

Hasta aquí todo venía bárbaro, porque teníamos previsto llegar a Punta Alta cerca de las 20:00 hs. y con eso cumplíamos con lo indicado por la mamá de Fabián.

Luiggi es un tipo maravilloso, y muy bonachón, pero a veces un poco arrebatado en sus acciones. Y llegando al puesto de la policía caminera empezó a pasar un inventario de los elementos que nos podían llegar a pedir, comprobando que teníamos toda la documentación necesaria y los elementos que nos solicitaran en el caso de que nos pararan.

Al acercarnos vimos que había un policía en el medio de la ruta que hacía señas con su linterna. Esto es lo único que bastó para que Luiggi se ponga nervioso y cuando estábamos a unos veinte metros del representante de la ley, se “tiró” a la banquina (y las banquinas frente a un puesto caminero están bajas como unos 20 o 30 centímetros a causa del constante transitar en las mismas por los camiones que son verificados), con tanta mala suerte que ni bien sentimos el golpe al bajarnos del asfalto, el fitito “se murió”, y no exagero, porque se apagaron todas las luces internas y externas, y el motor dejó de funcionar.

Pasamos junto al policía por la banquina, a paso de hombre, con el envión, y llegamos a escuchar que nos decía --“sigan, sigan muchachos que terminó el operativo”-- a lo que Luiggi le respondió ofuscado y enérgicamente --“pará, que ahora no me arranca”--.

Nosotros, dentro del fitito no sabíamos como contener la risa mientras el policía nos miraba asombrado.

Bajamos del coche y lo empujamos un poco más adelante, donde había una luz de mercurio y empezamos a revisar (bah, sólo a mirar) el motor, los fusibles eléctricos, el tanque de nafta, las ruedas; hasta que se acercó el policía y pregunto que pasaba.

Insistimos que algo se había roto cuando bajamos a la banquina, y nos dijo que cualquier cosa que necesitáramos él estaba en el puesto policial.

Como media hora después volvió el policía y viendo que seguíamos dando vueltas alrededor del coche y que estaba haciendo frío, nos ofreció que arrimáramos el coche al puesto policial y que si queríamos podíamos pasar la noche ahí.

Aceptamos llevar el fitito hasta el lugar indicado, para lo cual paró el tránsito con el fin de que cruzáramos la ruta, pero no aceptamos dormir allí porque teníamos que llegar a Punta Alta antes de las 20:30 hs. …y ya eran las 21:00hs. A parte, ni locos pasábamos la noche durmiendo en lo que nosotros nos imaginamos como calabozos.

Entonces ante la desesperación del Poyo por llegar a su casa lo antes posible, nos dividimos en dos grupos; Luiggi y Juan (que como era alumno de una escuela técnica algo debía saber) se quedaban tratando de descubrir por qué el fitito no arrancaba, y el Poyo y Yo nos largábamos a dedo para Punta Alta. Le preguntamos al policía a cuanto estaba la estación servicio más cercana y nos dijo que como a un kilómetro y medio o dos.

Entonces agarramos nuestras mochilas y comenzamos a caminar al costado de la ruta por el lado donde va el tránsito.

Emprendimos la caminata para el lado de Bahía Blanca, y a eso de media hora de andar, no se veía ninguna luz en la ruta, y para peor la luna brillaba por su ausencia. Nos cuestionábamos si el policía nos había dicho la verdad o nos había hecho una broma pensando que no nos íbamos a largar a pié.

Pasado un buen rato, divisamos una lucecita que supusimos sería del cartel de la estación de servicio porque tenía otras luces de colores un poquito mas abajo.

Íbamos caminando cuando Fabián me advierte que no podía caminar más, que hacía un rato que le venía doliendo la planta del pié y necesitaba parar un momento. Entonces nos sentamos al costado de la ruta, y Fabián se recostó en el piso apoyando sus pies en un cartel de señalización para mantenerlos elevados con el fin de que el pié que le dolía se le desinflamara un poco.

Para esto, notamos que el tráfico en la ruta era un poquito más fluido. Como pasaba el tiempo, le pregunté si ya estaba bien para seguir, y me dijo que le dolía mucho; pero no podíamos quedarnos demasiado tiempo en el lugar, porque el rocío nos estaba mojando, y el frío se empezaba a hacer sentir.

Viendo que la estación de servicio estaba cerca, le propuse que si se animaba, yo lo podía llevar a “caballito” hasta nuestro objetivo, a lo que entre risas aceptó.

Se imaginarán lo que parecíamos los dos en la ruta a eso de las 23:00 hs. a “caballito”. Me gustaría saber lo que pensaban los conductores que nos veían en tal situación, porque en ese alejado lugar uno si ve a alguien caminando a esa hora piensa que debe estar loco. Pero si uno ve a dos a “caballito” debe pensar que están muy locos…

Esta circunstancia duró unos pocos metros, porque Fabián no era tan livianito, yo tampoco era tan fuerte y no estábamos tan locos. No se de donde sacó el Poyo el aguante para seguir caminando, hasta que llegamos a la estación de servicio.

Allí ingresamos al restaurante del lugar y nos dirigimos al que atendía el mostrador y por curiosidad le preguntamos a qué distancia se encontraba el puesto de la policía caminera, a lo que nos respondió que a unos once kilómetros más o menos.

Nos miramos con pensamientos bastante feos para con el policía que nos había dicho que sólo eran dos kilómetros, y acto seguido interrogamos a los parroquianos para ver si alguno salía enseguida para Bahía Blanca. Todos respondieron que no con la cabeza, y sólo uno nos dijo que él iba para Bahía Blanca, pero tenía pensado salir recién a las 07:00 hs. del otro día. Le agradecimos, pero no nos servía.

Salimos fuera del restaurante y con sorpresa nos encontramos con Juancho y con Luiggi que no habían podido arreglar el fitito, y lo habían dejado en el puesto de la caminera para volver al otro día con la camioneta del trabajo de Luiggi a buscarlo, y el policía había parado un coche en la ruta pidiéndole que los acercara hasta la estación de servicio donde estábamos nosotros, porque él observó que cuando nos indicó la distancia a la estación de servicio, nos había visto que “agarramos para el otro lado”. Es decir que para el lado de Tornquist, si había una estación de servicio más cercana que esta…

Aprovechando que la estación de servicio estaba en una curva bastante cerrada (al menos eso nos pareció esa noche), y los camiones tenían que disminuir la velocidad, empezamos a hacer dedo, pero nadie nos daba bolilla, hasta que Juancho y el Poyo, casi en el medio de la ruta lograron que un camionero se detuviera.

Le rogamos al mismo que nos acercara a Bahía Blanca, y viendo que no teníamos pinta de peligrosos, nos dijo que nos podía acercar hasta las afueras de Bahía porque el iba para Ingeniero White. Aceptamos y nos subimos en la cabina con él.

El viaje por suerte fue corto, porque el caba-llero era peronista hasta las muelas, y detestaba a los militares que en ese entonces no estaban muy bien vistos en la sociedad. Nosotros por nuestra parte le decíamos todo que si, que él tenía razón, y casi terminamos cantando la “marchita” con él.

No sé donde nos dejó, pero nos dijo que a unas veinte o treinta cuadras teníamos la plaza de Bahía, y luego de agradecerle eternamente, nos despedimos y comenzamos a caminar un poco más tranquilos porque ya estábamos en Bahía Blanca, y en un ratito íbamos a tomar “La Acción” para Punta Alta.

Mientras caminábamos en la silenciosa oscuridad de la noche, sentimos el ruido de un motor que nos parecía el de una camioneta, y luego observamos que doblaba una Dodge doble cabina y nos encandilaba con sus faros. El Poyo dijo que no tenía ganas de caminar, y comenzó a hacerle dedo.

Con alegría sentimos que la camioneta empezaba a bajar de velocidad y nos pasaba muy cerquita y se detenía bruscamente delante de nosotros.

El Poyo vio, medio encandilado, que en la camioneta iban tres “tipos” y pensó que nos embromaría porque el se iba a sentar en la cabina mientras nosotros viajaríamos en la caja.

Entonces se apuró y manoteó la manija de la puerta trasera derecha y observó que era una camioneta de color blanco, y “tenía un número grandote pintado en la puerta” y con poca astucia gritó a boca llena “¡la cana!”.

Al instante, como resortes, dos policías nos apuntaron con sus armas y poco amigablemente nos indicaron “todos contra el móvil”.

En este momento me comenzó a correr un hilito helado por la espalda, y nos pusimos como nos indicaran contra la camioneta, con los pies abiertos. Esta fue la única vez que sentí qué duro patean los policías con sus borceguíes porque aparentemente no tenía los pies lo suficientemente separados.

Luego de que nos palparan de armas, nos cargaron a los cuatro en la parte de atrás de la cabina, del lado que me parece que no tenía puerta, y sin dejar de apuntarnos con sus pistolas (o eso es lo que me parecía por el susto que traía yo) el policía de ade-lante nos preguntó --¿dónde dejaron el auto?-- A lo que Luiggi respondió --“En la caminera”--.
El policía que manejaba dijo --“El auto de ustedes es blanco…”--, y Luiggi le dijo --“Si, y se nos rompió”--.

Entonces el que parecía de más jerarquía se comunicó por la radio con la comisaría y les informó que “habían atrapado a los sospechosos… de violación”.

No se imaginan el susto que teníamos los cuatro, cuando escuchamos esas palabras, y vimos como nos miraban y apuntaban esos policías. Más aún, lo único que habíamos podido “violar” era algun alcancía para sacar unas monedas antes de tiempo.

Peor aún cuando llegamos a la comisaría y nos esperaban cuatro o cinco policías en la vereda con ametralladoras, y nos empujaban para adentro de la misma. Menos mal que no nos había esposado porque es lo único que nos faltaba en ese momento.

Nos indicaron que nos sentemos en lo que parecía una sala de espera, y un policía viejo (de edad) empezó a tomarnos los datos. Nos preguntó los nombres y con la agilidad que caracterizaba a los policías, empezó a escribirlo con una máquina de escribir, mientras el resto seguía apuntándonos con cara de pocos amigos.

Al primero que llamó junto al mostrador fue a mi pidiéndome los documentos, y pensando que me podía ayudar, lo primero que saqué fue el carnet de los scouts y lo tiré sobre el mostrador. Con mucho asombro el policía lo tomó y automáticamente me preguntó --“¿de dónde son ustedes?--, a lo que le respondí --“de Punta Alta”--. Entonces siguió --“¿Us-tedes venían en el auto blanco?”--, --“Si”-- le respondimos, y el policía insistió --“¿En el Torino?--, a lo que Luiggi muy ofuscado, como pocas veces lo ví le respondió --“Má qué Torino, el nuestro es un fitito blanco, ¡no un Torino!”--.

(Resulta que alguien que se desplazaba en un Torino blanco estaba acusado de violar a una chica, y nos habían confundido con ellos, por eso fuimos presos.)

Se hizo un silencio en el lugar y el policía viejo mirando mi carnet de los scouts me preguntó --“¿Lo conocés a Pastito”?--, y yo le respondí, --“¿Al Bochi?, ¡si, cómo no lo voy a conocer, si somos grandes amigos!”--. (los viejos amigos lo conocen como Pastito, y los nuevos lo conocemos como el Bochi)

Entonces el policía viejo me dijo --“Yo soy fulano, y soy muy amigo de Pastito, porque yo fui scout en Puerto hace muchos años”--, entonces le dije que no me acordaba de su apellido, pero le pregunté con qué sobrenombre lo conocían en aquella época. Y el policía me lo dijo (hoy no me acuerdo ni la cara de este buen hombre). Entonces, ni lerdo ni perezoso le dije --“!Ah sí, ahora si que lo ubico. Poyo este señor es el de la foto con el Bochi en la cocina vieja!”--, a lo que el Poyo con una sonrisa cómplice y asintiendo con la cabeza, afirmó mis dichos.

En este momento los otros tres no entendían nada, y entonces el policía viejo nos dijo, que había sido una confusión, hizo un bollo con la hoja en donde nos habían comenzado a “fichar” y la “archivó” en el cesto de basura, y nos dijo que si queríamos, nos acercaban con el móvil hasta la terminal de ómnibus para tomar el micro que venía para Punta Alta.

Le agradecimos mucho, pero le dijimos que no, que teníamos ganas de caminar un poquito, y una vez que nos autorizaron, nos despedimos con la promesa de hacerle llegar sus saludos al Bochi.

A la salida saludamos a todos los policías como si fuéramos amigos de toda la vida, y no sé por qué, se reían de nosotros.

Ya en el micro, un poco más tranquilos, y a las 03:00 hs. el Poyo no dejaba de lamentarse por la reprimenda que la madre le iba a dar cuando llegara, por retrasarse tanto.

Llegamos a la terminal de Punta Alta y nos despedimos yendo cada uno para su casa. Ya era Domingo.

Días después el Poyo me contó que la madre casi lo mata por llegar tan tarde y que cuando le contó a sus padres sobre nuestras “aventuras”, al igual que a mí, no le creyeron mucho. Y Juancho me dijo que al otro día, Luiggi había ido con la camioneta de su trabajo a buscar el fitito, pero lo trajeron andando normalmente, porque el gran desperfecto era que “se había salido el cable del borne de la batería” al aga-rrar el salto en la banquina.

Lo más zonzo que ninguno se imaginó verificar, la batería…

 

 

(del libro Anecdotario de Norberto D. Argüello)


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