El Alambrado Quemado
Estábamos en la estancia Las Vertientes, en Villa Ventana, realizando nuestro campamento anual, y por aquellos días se había producido un gran incendio que afectó toda la zona del Abra de la Ventana pasando por el cordón de Cerros Colorados llegando casi hasta la misma ciudad de Sierra de la Ventana.
Los scouts más grandecitos y los dirigentes nos habíamos organizado en grupos y durante una semana trabajamos combatiendo el incendio en distintos puntos de la zona afectada. Y según el encargado de la estancia, gracias a los scouts navales, la misma se salvó de haber sido consumida por el fuego.
Esta tarea de combatir el fuego en los campos de los alrededores del gran bosque de la estancia Las Vertientes, junto con bomberos de todas partes y paisanos del lugar, nos llevó cuatro días completos, y es aquí, en el atardecer de este cuarto día, cuando ocurre esta anécdota.
Veníamos caminando con Enzo Funes después de una jornada de unas diez horas de combatir el fuego en la sierra, en el campito que está entre el Parque Provincial y el norte de la estancia Las Ver-tientes, junto con otros hombres y bomberos, y realmente veníamos destruidos porque el fuego en el campo y en la sierra se combate con una especie de rebenque formado por un mango y unas lonjas de loneta o pedazos de manguera de incendio, con el cual se van golpeando los pastizales que tienen fuego para tratar de apagarlo.
Así que se imaginarán lo que puede llegar a cansar estar tanto tiempo golpeando los yuyos.
Bueno, la cuestión es que volvíamos caminando desde el norte de la estancia, en el sector lindante al Parque Provincial; pensando en una linda refrescada en el arroyo, cuando cruzamos a Don Carlos Vázquez, el encargado de la estancia que andaba de recorrida con un jeep Land Rover, y a la pasada nos reconoció y emocionado nos agradeció el buen trabajo que habíamos hecho, ya que habíamos salvado del fuego, entre otras cosas, gran parte del alambrado en aquel potrero. Y era cierto, porque aunque el fuego había arrasado toda la zona del alambrado en cuestión, el mismo seguía erguido y cumpliendo su función de evitar que las vacas y caballos se fueran hacia la sierra.
En este momento y luego de agradecer humildemente los elogios, continuamos caminando de regreso, y unos metros antes de llegar a la zona arbolada y a escasos dos kilómetros de nuestro campamento, decidimos detenernos un ratito a descansar y acomodarnos los borceguíes ya que algunas espinas habían hecho de las suyas en nuestros pies a pesar del buen calzado.
Todo ese claro que antes había sido un denso pastizal se encontraba totalmente quemado y convertido en una densa alfombra de cenizas, algunas raíces de paja vizcachera aún seguían humeando al igual que la bosta de las vacas y los caballos.
Yo fui el primero en sentarme entre las cenizas, apoyando mi espalda en un montículo de tierra, y Enzo caminó un poquito más, hasta un poste de quebracho del alambrado, aún humeante; le descargó su cantimplora para no quemarse, y se acomodó placenteramente entre las cenizas en las cuales se hundió unos treinta centímetros entre las mismas.
Se irguió tratando de distender su espalda, sacó pecho, se estiró y no tuvo mejor idea que recostarse sobre el poste del alambrado…
… En seguida, y como en una sucesión fílmica en cámara lenta, cayó de espaldas con poste y todo; y junto con él, unos cuarenta metros de alambrado para cada lado. ¡Del alambrado que nosotros ha-bíamos ayudado a salvar!
Acto seguido, y viendo que Don Carlos regresaba a la distancia de la recorrida, tratamos de acomodar rápidamente el alambrado caído, y agazapados salimos sigilosos de aquel descampado, y al trotecito nos perdimos en el bosque.
Muchos años han pasado, y creo que Don Carlos nunca supo como el alambrado nuevo terminó en el piso.
(del libro Anecdotario de Norberto D. Argüello)