Jefes por un Ratito


El día anterior, una tormenta eléctrica había originado en el sector denominado La Gruta, un incendio que en un principio parecía controlable. Esa mañana se hacía más grande el mismo habiendo llegado a unos pocos kilómetros de nuestro campamento en la estancia Las Vertientes, y nos llegaron noticias que el fuego se dirigía hacia la ruta, en lo que se conoce como zona de derrumbes al pié del cerro Bahía Blanca.

Amando Correa, que estaba a cargo del campamento, nos ordenó a Juan Lazo, a Leo Puecher y a mí que carguemos algunas naranjas en las mochilitas, llenemos las cantimploras y vayamos a ver si los bomberos necesitaban ayuda en el Hotel del Parque Provincial, lugar donde se había organizado el centro de mando del operativo de lucha contra el incendio. Y que esperemos allí a los micros que venían desde Punta Alta con todos los scouts que iban a comenzar el campamento anual.

Los tres caminamos hasta la ruta, y allí hicimos dedo a un paisano que gustoso nos acercó con su camioneta hasta el Hotel Provincial. Allí la ruta estaba cortada porque el fuego ya pasaba la misma saltando de lado a lado por sobre los barrancos de la banquina que ahí son muy altos.

El espectáculo era maravilloso, pero aterraba el poder que el fuego tiene cuando se encuentra descontrolado.

Preguntamos a un policía que estaba ahí y nos dijo que hasta nueva orden, la ruta estaba cortada.

Decidimos que alguien tenía que regresar a avisar al campamento lo que sucedía, y Leo se ofreció a hacerlo, regresando a pie al campamento a informar de las novedades, ya que los colectivos debían estar del otro lado del fuego y no podíamos tomar contacto con ellos (en esa época no teníamos equipos de comunicación ni teléfonos celulares).

Con Juan repartimos unas pocas naranjas entre algunos bomberos y nos dispusimos a espe-rar que se abriera la ruta. Estábamos sentados en el guard rail de la ruta, y en eso, éste me dice --“fijate como te mira el policía”--, y yo, prestando atención a lo que Juan me indicaba, me di cuenta que cada vez que me acercaba a él (al policía) o lo miraba, se ponía derechito o se daba vuelta y me miraba de reojo.
Y claro, yo estaba vestido todo de camuflado (con el equipo de infante de marina completo) y por debajo de la parka asomaba la funda de cuero de mi machete. Por eso el policía me miraba; no lograba descubrir a que fuerza pertenecía yo, y como ya an-daban soldados y militares de todos los colores llegando al lugar, creo que me había confundido con algún jefe de alguna fuerza militar ¿?.

Entonces le dije a Juan --“Vamos a ver si podemos pasar para el otro lado del fuego”-- y éste me respondió --“¿Cómo? Si la ruta está cortada y el policía no nos va a dejar, a parte ¿En qué cruzamos? Son como cinco kilómetros…”--

Le dije que me esperara un ratito, y que si yo volvía con cara seria, se parara derechito y me res-pondiera a todo con un “si señor”.

Me dirigí al paisano que nos había traído con su camioneta, y le pregunté si el tenía necesidad de pasar para el otro lado, y muy apesadumbrado me respondió que si, que no se que asunto tenía con unas vacas en la zona de “La Gruta” que estaba del otro lado de la ruta que permanecía cortada por el fuego.

Entonces le dije que posiblemente nos dejaran pasar ya que el fuego parecía perder intensidad, le indiqué que si yo le avisaba, arrancara la camioneta y nos cargara atrás y pasara por la zona de derrumbes que para ese entonces estaba completamente llena de humo blanco muy denso.

Pegué la vuelta y sacando pecho lo miré muy serio a Juan y le dije --“Vamos”-- a lo que el respondió con un --“si señor”-- muy ceremonioso. Todo esto ante la mirada del policía que cortaba la ruta.

Entonces lo encaré al agente y le dije con mucha parsimonia (aunque me temblaban las rodillas) --“Tengo a toda mi gente del otro lado y necesito ir allá para indicarles las maniobras a realizar para poder empezar la tarea, y aquel hombre (señalando al paisano de la camioneta) me va a llevar con su móvil”-- entonces el policía me respondió con un marcial --“adelante señor”--.

Yo no mentía, porque los scouts estaban del otro lado (toda mi gente) y yo tenía que ir para ver por donde iban a desviarse para llegar hasta el campamento (maniobras a realizar para poder empezar la tarea). ¡Andá a saber lo que se imaginó el policía…!

Me di vuelta y le hice una seña al paisano que no entendía nada. Se acercó y nos cargó detrás de la camioneta, en la caja.

Cuando empezamos a transitar por la zona de derrumbes, entre el humo, no se veía nada, y lo peor es que no se podía respirar.

Ya nos habíamos empezado a asustar con Juan porque los dos lagrimeábamos y tosíamos, mientras el paisano con todos los vidrios cerrados nos miraba por el espejito retrovisor, pero no podía parar porque a los costados había mucho fuego; entonces metimos la cabeza cada uno en unos tarros de veinte litros que estaban en la caja de la camioneta y nos tapamos con unas bolsas de arpillera que con la tierra que tenían y nos calló encima, podríamos haber apagado todo el incendio.

Nos mantuvimos así unos cinco o diez minutos, destapándonos y sacando la cabeza cada tanto para ver por donde andábamos, pero el humo nos obligaba a volver a nuestros tarros y taparnos nuevamente.

En determinado momento sentimos que el paisano nos golpeaba la luneta, mientras aparecíamos por la ruta, entre el humo, al momento que los policías que estaban de ese lado nos miraban asombrados porque no sabían de dónde veníamos.

El paisano detuvo la camioneta en la misma ruta que aún permanecía cortada al tránsito, nos bajamos, nos agradecimos mutuamente y luego de saludarnos, se fue. Con Juan empezamos a mirar para todos lados, había muchos vehículos esperando la apertura de la ruta, y no reconocimos a nuestros colectivos, entonces decidimos sentarnos a esperar (mientras seguíamos tosiendo).

Toda esta aventura había comenzado cerca de las cuatro de la tarde allá en el campamento, y ya eran las nueve de la noche y estaba oscureciendo. La ruta ya estaba abierta al tránsito, y los colectivos de los scouts navales no aparecían. Entonces decidimos empezar a caminar despacito mientras comíamos algunas naranjas que nos habían quedado, total, si pasaban los micros les hacíamos dedo y listo.

Caminamos plácidamente mientras contemplábamos cómo el fuego seguía avanzando ya en la cima del cordón de los Cerros Colorados, y a eso de las once de la noche llegamos al campamento (caminando) y ya todos los scouts estaban acomodados en sus carpas esperándonos a nosotros, porque el Jefe que venía a cargo del contingente en los colectivos, había decidido pegar la vuelta por el paso Funke cuando vio el fuego, “a eso de las cinco de la tarde” cuando nosotros todavía estábamos en el Hotel del Parque Provincial.

Mientras cenábamos y éramos el centro de todas las cargadas, nos mirábamos con Juan riéndonos de las aventuras vividas y quitándonos la tierra de los ojos y las orejas que nos dejaran las bolsas de arpillera con las cuales nos cubrimos del humo y el calor.

 

(del libro Anecdotario de Norberto D. Argüello)


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