Se había fijado como hora de partida las 11 de la noche. Desde las 7 de la tarde se hallaban concentrados en la sede de los boy scouts en Puerto Belgrano, los componentes de la Compañía que participarían del campamento que, en la localidad de Bajo Hondo se cumpliría ese año durante los días de Carnaval, aprovechando el feriado correspondiente.
En horas de la tarde de ese día viernes, el infatigable maestro scout Díaz, con la cooperación de los demás maestros, ayudantes y graduados, había completado el arrancho del material a utilizar en este campamento.
Por cierto, dicho material no era muy numeroso, pues la Compañía no contaba en ese entonces con los elementos que años después constituyeran su valioso, variado y útil equipo de campaña que actualmente posee la Agrupación Scouts Navales "Almirante Brown" de Puerto Belgrano y Punta Alta.
En la ocasión que nos ocupa, poseía: una carpa tipo sanidad, donada por la Dirección del Hospital Naval, lo mismo que dos carritos, y útiles de rancho. Todos estos elementos eran usados y, de acuerdo a las reglamentaciones de Marina, habían sido descargados del servicio por su largo uso y estado obsoleto.
A pedido del señor José P. Varela, presidente de la Comisión de Fomento del Scoutismo, fue obtenida la donación de dichos elementos, que cumplieron a su vez, sendas campañas, y algunos aún son utilizados demostrando, por un lado, la bondad del material, y por otro, el cuidado puesto, tanto en su uso como en su conservación. La mano artesana del maestro scout don Andrés Díaz, y otros cooperadores, habían rehabilitado dichos elementos, tan útiles y necesarios para la Compañía Scout.
Completaban dicho material, para este campamento, una lona impermeable tipo ferrocarril, facilitada al efecto por la empresa del entonces F.C.S., cuatro faroles a kerosene, palas, rastrillos y un hacha para cortar leña, así como coys de lona, de rezagos, igualmente obtenidos en donación de las autoridades navales. También tenían un botiquín con los elementos más indispensables para primeros auxilios, un mástil para izar el pabellón, y otros elementos no menos importantes, donados por el fundador de la Compañía Ingeniero Fischer.
Todas estas vituallas, así como víveres frescos, secos, agua potable y combustible para las lámparas, habían sido ubicados en los carritos de mano, convenientemente atalajados, para facilitar su transporte por los scouts, que se turnarían por equipos en esta dura tarea. Si bien la orden impartida por el maestro scout Leoni, jefe de la Compañía, era aprovechar las horas previas a la partida, en un descanso que obviara dentro de lo posible, las fatigas del día (pues todos cumplieron en el día con sus obligaciones de trabajo, o concurrieron a clases) y las que provocaría el recorrido del camino hacia Bajo Hondo, trayecto que sería cumplido a pie y con la carga de los carritos y vituallas. Tanto las autoridades scouts, completando cargas, planes y consejos, como los pequeños excursionistas, dominados por la nerviosidad de lo imprevisto, ante la proximidad de esos cuatro días de vida plenos de cosas y hechos, para ellos, en su mayoría novatos, novedosas con un buen porcentaje de misteriosos días y noches en plena naturaleza agreste.
La orden de partida es impartida: se forma la columna encabezada por el jefe de la Compañía, el ayudante scout R. Canesse, a cargo de la Secc. Campamento, con las patrullas, "Banda Lisa", comandada por el guía R. Sánchez, y "Bateleros Pontoneros", por el guía F. Verdini, cerrando la formación marchaba el maestro scout Andrés Díaz, a cargo de la administración con el tren de carritos de vituallas. Dado la alta hora de la noche la Banda Lisa marchaba con los instrumentos en bandolera.
Solamente se oía, rítmico, el paso de los scouts, mezclados con el metálico sonido de las enllantadas ruedas de los carritos al chocar con el granito de las calles céntricas de Punta Alta. El paso fue hecho por la calle Irigoyen, ante la vista de los trasnochados puntaltenses que, ajenos al motivo de este casi silencioso desfile, se preguntaban con duda "adónde irían estos muchachos a esta hora de la noche". La contestación la dio impensadamente el familiar de un scout al decirle al paso de éste en la columna: "Portate bien en el campamento". Tras la profusión de luces de las calles céntricas, principalmente por la iluminación de los negocios, comenzó la semi penumbra al llegar la Compañía a la calle Espora, haciéndose cada vez menos perceptible el alumbrado público (quizás debido a alguna disposición de orden económico impartida por la comuna, ante la grandiosidad de la noche inundada de luz por la luna llena). Llegada la columna al paso a nivel del ferrocarril Rosario a Puerto Belgrano, se tomó por el camino que bordea a las vías hasta el próximo paso a nivel que toma el camino (en aquel entonces de tierra) hacia la izquierda de la vía ferroviaria.
El silencio de la noche, iluminada por la sonrisa de Selene, se pobló de una variada tónica de sonidos, producidos por los nocturnos pobladores de la campiña, insectos, aves nocturnas y demás componentes de la fauna del lugar. El relevo de los que transportaban los carritos se había efectuado en varias oportunidades, dado el cansancio que denotaban los grupos respectivos. Eran dignos de admirar por su decisión y fortaleza los lobitos scouts que, encabezados por el más pequeño de ellos, Chanu. no cejaban en su afán de ayudar.
Al arribar la Compañía al paso a nivel conocido por el camino que va a la "Quinta de Silva", se pudo comprobar que el cansancio y el sueño se había apoderado de la mayoría de sus componentes sin distinción, grandes y chicos. Tras una breve consulta entre los dirigentes de la Compañía, se resolvió cambiar los planes previstos y hacer un alto en la noche, por un par de horas (que se prolongó por cuatro horas). En ese momento era la 1 de la madrugada. En el primer momento se pensó armar una carpa a un costado del camino, que presentaba una superficie libre de malezas, pero el cansancio era muy evidente y solamente se logró extender la carpa, cayendo sobre su blanca superficie los somnolientos y cansados cuerpos de los excursionistas. De común acuerdo, resolvimos con el maestro Díaz y ayudante Canesse, constituirnos en guardia para velar el sueño de toda la antes bulliciosa falange de "conquistadores del desierto".
Pero, no eran todos, los que habían caído vencidos por el sueño y el cansancio; de pronto apareció ante nuestra vista la diminuta figura de un noctámbulo guardián, armado de su coligüe, era el lobito Chanu, que con toda sencillez dijo que se había constituido en guardia desde el primer momento, pues comprendía que alguien debía acompañar a los maestros en su vigilia.
Una hora más tarde, sentado el lobito Chanu frente al fuego encendido a fin de preparar algo caliente para nutrir nuestros también cansados organismos, se quedó dormido apoyado en su coligüe; el sueño había conquistado también a este abnegado lobito. Los misteriosos pero naturales sonidos de la blanca noche dominaban el ambiente con su música acromática, sólo interrumpida por los desacompasados sonidos guturales (ronquidos) de los cansados durmientes. Todos estábamos pagando el precio de nuestra aventura.
A los primeros albores del nuevo día, un toque de silbato anunció que había que abandonar el sueño, para reiniciar la marcha, luego de reponer las energías, merced al mate cocido con galleta marinera, preparado por el ayudante Canesse, quien juntamente con los maestros scouts Díaz y Leoni, habían mantenido la vigilia durante toda la noche.
Recompuestas las vituallas en los respectivos carritos de campaña, limpio el lugar y apagado el fuego, se dio la orden de marchar. El reloj marcaba exactamente las 5 de la mañana. El nuevo día del mes de febrero de ese año 1921, prometía ser caluroso, un serio enemigo para las caminatas sin el protector amparo de la sombra de los árboles. El largo camino aún por transitar se hizo tomando un costado de las vías del ferrocarril, pues teníamos la absoluta seguridad de que ese día no transitaría ningún tren.
Se apuró la marcha, a fin de que los ya perceptibles rayos solares no incidieran desfavorablemente en los organismos de los componentes del grupo.
Pasado el puente del F.C.S. que cruza el camino, descendimos al mismo y ya pudimos avizorar a la distancia la presencia de la población de Bajo Hondo, meta propuesta en esta oportunidad. Se tenía conocimiento, por vecinos del lugar, amigos del maestro Díaz, que la zona de Bajo Hondo estaba atravesando una época de sequía, pero el deseo de aprovechar dicho feriado, restó importancia (que por cierto la tenía y mucha) en los planes preparados.
A medida que nos acercábamos a la población pudimos apreciar que la información acerca de la falta de lluvias era no sólo real, sino casi catastrófica para dicha zona rural. Ya arribados al poblado, que en esos momentos comenzaba a despertar, con los anuncios sonoros de la fauna doméstica (gallos, gallinas, patos, gansos, perros, vacas, ovejas, etc.) en desigual concierto, anunciaron con estridencia nuestra entrada a la pequeña pero laboriosa población bonaerense. Continuamos nuestra marcha, ahora con el acompañamiento de la Banda Lisa, hasta el lugar prefijado para instalar el campamento; las inmediaciones de la casa que ocupaba en esa oportunidad el guarda hilos del Ferrocarril Rosario a Puerto Belgrano, señor Del Bosco, y su familia. Después de los saludos amistosos a los moradores de la finca, pues dicha familia era de nuestro conocimiento, y cuando se dio la orden de "armar carpas", el cielo, hasta ese momento diáfano y luminoso, comenzó a cubrirse de oscuros nubarrones, presagiando la lluvia que ansiaban día a día, desde hacía seis largos meses, los sacrificados hombres de campo, porque ello significaba agua y alimento para ellos y sus familias, así como también agua para sus animales, ya que los pozos de la zona estaban casi exhaustos y los campos yertos. La lluvia, tanto tiempo anhelada por todos, se hizo presente de pronto en gruesas gotas, transformando el ambiente, hasta ese momento sofocante, en un frescor vivificante precursor de días y noches más llevaderos. Se notaba la reacción provocada por la lluvia, tanto en las personas como en la naturaleza. Semblantes trasuntando satisfacción. En el aire se aspiraba el agrio perfume de la tierra reseca que abría sus fauces en la erosión de su suelo, como si quisiera atrapar en sus entrañas el líquido elemento, para luego devolverlo con el fruto que termina en esa conjunción: tierra, semilla y agua, todo amalgamado por la mano del hombre y la mujer campesina, artífices involuntarios de esa máquina perfecta que es la naturaleza y el cosmos.
Un vecino de la familia Del Bosco, a quien la gente del lugar lo conocía por el apodo cariñoso y familiar de "El Vasco", dedicado, en un campo de su propiedad a la cría de ovejas, en conocimiento del arribo de la Compañía de scouts y ante la realidad de la lluvia, exclamó con júbilo espontáneo "Viva los 'escut' que nos trajeron la lluvia".
Pero, desafortunadamente, la lluvia que se anunciara con inusitado aparato celestial, suspendió su bienhechor bautismo, y la naturaleza, representada en primer término por la tierra sedienta del líquido vivificante que aplacaría su sed y daría vida al paisaje ahora muerto, volvió a sentir, esta vez con más intensidad, los efectos abrumadores del sol que, desaparecidas las nubes como por arte mágico, volvió a enseñorearse del espacio y de esta porción de la tierra que tan desesperadamente estaba necesitada de la lluvia bienhechora.
El campamento fue instalado en tiempo record, dado primero por el amago de la lluvia, y luego por la premura de preservar de los rayos solares los equipos de los scouts, víveres y demás elementos. Una vez ubicados todos los efectos en las dos carpas (con la lona del ferrocarril se improvisó una amplia carpa), se procedió a instalar el mástil e izar el pabellón, con los honores reglamentarios, la cocina de campaña y servicios sanitarios. Luego se instalaría la ducha, dada por el maestro Díaz, para baño diario de todos los integrantes del campamento. El agua, tanto para beber, preparar las comidas, el baño y aseo diario, fue facilitada por el señor Del Bosco, quien poseía un pozo de agua y bomba con motor a explosión.
La patrulla de guardia instaló los puestos respectivos, y bajo la dirección y atención de los maestros scouts Díaz y Leoni, se dedicó a preparar el almuerzo, mientras el ayudante Canesse y los jefes de patrullas completaban la instalación del campamento. La cooperación de los scouts de guardia en la cocina, más entusiasta que útil, era no obstante ampliamente aprovechada, ya sea pelando papas, limpiando verduras, lavando tachos, ollas, y cumpliendo otros menesteres no menos interesantes. Lo más importante era la experiencia que adquirían estos muchachos en el desarrollo de estas tareas, la cual aplicarían personalmente en futuras actuaciones, tanto de campamento como en prácticas de cocina, en concursos de competencia. Y, por sobre todo, las gratas sorpresas que depararían a sus mamás, demostrándoles prácticamente lo aprendido en los campamentos scouts, además de lavarse sus ropas. La carpa - alojamiento tenía capacidad para más de 45 scouts acostados en el suelo de la misma. El piso de tierra, previamente desalojado de malezas y alisado, se cubrió con paja seca de rastrojos, la cual luego era cubierta con los coys de lona. La primer jornada se completó con una visita a la población a manera de saludo oficial. Durante esta visita se cumplió un programa de prácticas scout de: primeros auxilios, señales con banderolas a brazo, y construcción de un puente con los coligües y sogas. La demostración scout finalizó con un desfile de la Compañía, marchando al compás de la Banda Lisa.
Los pobladores del lugar, y los que por ser día feriado habían concurrido a la población desde las chacras vecinas, como lo hacían habitualmente, premiaron con sinceros aplausos a los integrantes de la Compañía Scout que habían puesto con su labor sencilla pero elocuente, una variante simpática en la rutinaria existencia de esta población rural que, como todas las diseminadas por el ancho y largo ámbito de la Patria, laboran junto con la tierra pródiga en riquezas naturales, el porvenir auspicioso de esta noble Patria Argentina. Al regresar los efectivos de la Compañía al campamento, se procedió a arriar el pabellón nacional, que en la mañana había sido izado, con la misma solemnidad que lo hacía en esos momentos, y que lo repetiría todos los días formulándose cada uno íntimamente la solemne promesa de querer y respetar ese sagrado símbolo de la nacionalidad.
Alfredo Leoni
fuente: Libro 100 Años de N. D. Argüello
Tortuga Alegre