Ha estado lloviendo a cántaros desde las tres de la noche. He resistido con el vivak hasta las siete de la mañana, cuando el agua ha empezado a correr por debajo del saco. Desde antes de empezar a llover se está dando un concierto de truenos (como si los tuviese en la oreja), y una película de relámpagos.

Ahora estoy sentado encima de la manta y de la bolsa de dormir (que ya están mojados) y miro a la montaña de enfrente, de la que sólo se ve una sombra; miro también el agua de lluvia que se precipita por el barranco. Desde aquí, en la cumbre, todo esto es maravilloso y pese a lo que pueda pensar la gente “civilizada de la ciudad” soy feliz.

Desde que llegué no he tenido miedo tan solo una vez: el primer trueno. Ahora me he familiarizado con los truenos, los relámpagos, la lluvia, la incomodidad, etc. y parece que no estoy solo. Es igual como si estuviese charlando con alguien, pero con la mirada, con la piel, es decir con los sentidos. Ese alguien me atrevo a decir que es una especie de Dios, pero no el Dios de los mandamientos; el Dios que premia a su creación y le envía dones como la lluvia, la luz, el viento, el trueno, el relámpago. Este Dios yo lo llamaría más bien, el Dios Naturaleza.

Son las ocho menos cuarto. Me duele la espalda de estar todo acurrucado, debajo del vivak, pero no me arrepiento de nada. Si me dijeran de volver a hacer otro día de soledad, no me negaría. También tengo las piernas heladas, pero sigo creyendo que todo aquello es maravilloso. Con estos “dolores” me siento integrado en la naturaleza y esto es un sentimiento que me llena y complace. (27 de mayo de 1978)

(del libro “Roverismo” de los Scouts de España)  
 

 

Tortuga Alegre

 


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