Hace varios años, un grupo de hombres, Dirigentes Scouts, se reunieron en las montañas cercanas a Sacramento, California; para recibir un adiestramiento.
Esta fue una experiencia muy interesante, en que ellos acamparon al aire libre y vivieron por varios días en la misma forma que le enseñan a los Scouts. Sobre el final del curso, y tras varios días de algunas privaciones ellos se deleitaron con la deliciosa comida de un cocinero griego.
Cansados, hambrientos, después de la experiencia vivida, uno le preguntó al cocinero por qué estaba siempre sonriente y por qué volvía todos los días, cubriendo los gastos de todas las comidas.
Él hizo a un lado el sartén, se limpió en el delantal blanco y compartió con aquellos Scouters esta historia:
“Nací y crecí en una pequeña villa de Grecia. Mi vida fue feliz hasta que comenzó la Segunda Guerra Mundial y tuvo lugar la invasión y ocupación de mi país, por los nazis.
Los habitantes de la villa se sintieron agraviados y comenzaron a tomar parte en distintos sabotajes.
Una noche después de que destruyeron una represa hidroeléctrica, los pobladores de la villa celebraron el hecho y luego se retiraron a sus casas.
Muy temprano en la mañana, mientras yo dormía, me despertó el tronar de los camiones nazis. Se pudo escuchar el retumbar de las botas, los golpes en las puertas y la orden de que los hombres y niños se reunieran en la plaza.
Los nazis llenos de cólera anunciaron que, uno de cada cinco sería ejecutado; el sargento comenzó el recuento fatal… y el primer grupo fue fusilado.
Dimitriva (que así se llamaba el cocinero) con intensidad se dirigió a los Scouters: Ante mi pavor, me di cuenta que sería una de las personas fusiladas.
Cuando llegó el momento un soldado se puso frente a mí, al tiempo que las luces de los camiones me enceguecían.
Y miró detenidamente la hebilla de mi cinturón en la que llevaba grabada… la insignia Scout, que había ganado siendo Scout. El corpulento soldado me señaló la hebilla y luego me hizo la seña Scout.
Nunca olvidaré que pronunció ¡Corre Muchacho!, y yo corrí y me salvé.
Hoy sirvo al Scoutismo para que haya muchachos que puedan tener sueños y verlos cristalizados.”
Dimitriva metió la mano al bolsillo y nos mostro aquella hebilla en la que aún brillaba el emblema del escultismo.
No se escuchó una sola palabra. No hubo un solo hombre que no derramara una lágrima. El compromiso con el movimiento había quedado renovado… gracias a un soldado alemán y un cocinero griego.
Elder Thomas S. Monson
Tortuga Alegre